lunes, 13 de mayo de 2013

El placer de lastimar y otras artes digitales


 
El arte de lastimar y otros placeres
Dora González Lima
México, Matanga Ediciones, 2013


“Un manojo de historias ligeras de corte pop [...] que tienen como protagonista a Lola Limantour, una mujer atrevida, ácida y extremadamente histérica, que resignifica su cotidianidad [...] en medio de un mundo ciber caótico, imprevisible y fascinante", eso anuncia y promete la nota de contraportada de El arte de lastimar y otros placeres, ópera prima de Dora González Lima (México, D.F., 1975), que ha sido publicada por Matanga Ediciones en una aventura amistosa en la que tuve el honor y el gusto de ser la editora.

Agrega la nota que el libro es “un ejercicio honesto, cargado de humor inteligente y confrontador, que nos permite apreciar algunas de las nuevas maneras en que la mujer actual se cuestiona y se responde cuál es su lugar en una sociedad exigente y vertiginosa”.

Lo cito porque me parece fundamental, a propósito del libro, echar un primer vistazo a esta sociedad vertiginosa y cibercaótica —para usar sus propios adjetivos—, caracterizada por una sobresaturación de información de naturaleza efímera, casi volátil —muchas veces frívola; otras, no tanto— y con una línea del tiempo (time line) imposible de seguir en Twitter, por ejemplo —al menos con las capacidades actuales del ser humano—; un poco menos cruenta en Facebook, que suele ser de aliento más amable y amistoso.

Esta realidad bipolar e histérica —para seguir utilizando los adjetivos de la contraportada—, típica de la cibercultura, también ha ido modificando en cierto modo los hábitos de lectura y escritura: en la actualidad hay mucha más gente practicando cotidianamente ambas actividades —leyendo y escribiendo el día entero—, pero de manera distinta a como se concebían hasta hace apenas unos años. Ya se ha inventado, incluso, el término prosumer —fusión de producer y consumer; también usado en español como prosumidor— para llamar a quienes somos, al mismo tiempo, productores y consumidores de información en internet.

Las personas de la —digámosle— “edad media”, es decir, esas generaciones ubicadas entre los mayores que ya no quieren involucrarse en el frenesí cibernético y los más jóvenes, que parecieran traer tatuada esa impronta en su ADN, por nuestra vinculación activa a las esferas laborales y a la llamada ciberciudadanía (o sea, quienes acostumbramos, cada vez con más asiduidad, a laborar, pagar, comprar, vender, anunciar servicios o distracciones, comunicarnos, entretenernos, culturizarnos, relacionarnos e informarnos a través de internet), nos hemos visto obligados, prácticamente de manera insoslayable, casi como recurso de subsistencia, a incorporar y actualizar constantemente esos nuevos conocimientos y mecanismos.

Y la literatura no ha sido la excepción. Ejemplos elocuentísimos son el boom de la minificción y el surgimiento de eso que han llamado twitteratura. La brevedad de los estilos comunicativos —especialmente los de las comunidades virtuales— plantea nuevos retos: no es fácil lidiar contra enunciados reducidos a 140 caracteres. El hastío que esto suele imponer ante lecturas más extensas, obliga a cautivar por medio de herramientas como el humor, la agudeza, el ingenio, la ligereza y también, por qué no, cierta liviandad. Y éstos forman parte de las artimañas de las que ha echado mano Dora González, especialista en comunicación y comunicadora de primer nivel —y hablo de profesión, de oficio, pero sobre todo de práctica cotidiana—, en El arte de lastimar y otros placeres, al que la propia autora ha definido como “moderna tragicomedia con cuadros de chat, redes sociales y telefónos celulares, plagada de tintes telenoveleros y musicales”.

Así, resignificar la cotidianidad implica en el libro de Dora muchísimas cosas, algunas de ellas referidas a ese “nuevo” arte de narrar. Tal es el caso, en primer lugar, del rejuego y la confluencia de géneros. Que es una novela y también un libro de viajes ha dicho Leticia Romero Chumacero, y comparto ese criterio a pesar de que las 13 historias que integran este volumen son unitarias, con principio y conclusión en sí mismas. Esta aparente paradoja es resuelta por la protagonista, Lola Limantour, esa mujer atrevida, ácida y extremadamente histérica que es el hilo conductor de una acción aparentemente continua y cronológica —al final, donde el colofón es a la vez inicio, nos daremos cuenta de que es en realidad cíclica, o quizás en forma de espiral— que va uniendo, como eslabones, a todos los cuentos que forman el conjunto. Esos cuentos que, a su vez, tienen mucho de crónica —tanto de la vida de la protagonista como de sus contemporáneos, incluidos los lectores—, así como de introspecciones reflexivas acerca de distintos estados de ánimo, lo que concede al libro una polifonía de tonos que es reforzada por los poemas insertados para concluir cada cuento/capítulo.

El humor, el desprejuicio —a veces cercano al desparpajo— y esa especie de afán exhibicionista que también caracterizan la interacción en las comunidades digitales, forman parte de la ambientación de las aventuras amorosas y de las decepciones de Lola Limantour quien, al narrar su propia historia, pinta una época sin muchos entretelones o subterfugios. Y hay mucho de gozoso, incluso de sanador, en esa intención de cronista alivianada, lo que enlaza con las teorías que utilizan la literatura y el arte como terapias y vías de autoconocimiento.

La máxima, a veces un tanto injusta, de que “Una imagen dice más que mil palabras” parece haber (re)cobrado fuerza en estos tiempos de la virtualidad. Y en las páginas de este libro el respaldo visual es coprotagonista: en ellas encontramos 31 ilustraciones originales de Juan Carlos Jiménez, quien fue además el diseñador editorial, y una más de Raúl Romero. El formato, que podría llamarse ergonómico, de fácil manipulación, también se cuenta entre sus atractivos. De modo que contenido y forma logran un adecuado balance, elemento indispensable y definitorio en el éxito de ventas que ha tenido El arte de lastimar y otros placeres.

De las tribulaciones de Lola Limantour se enterarán cuando lean el libro; no sería justo revelarles las sorpresas. Pero sí les adelanto que la infinidad de matices con los que Dora ha trazado a su personaje y a sus parejas (más o menos) de ocasión conforman un muestrario espléndido de lo que es capaz la naturaleza humana a la hora de establecer relaciones amorosas o, más bien, pasionales. Algunos indicios les habrá sugerido ya el título de la obra, intrigante y avasallador.

El arte de lastimar y otros placeres es, en definitiva, producto y resultado de esta época y en ella se inserta a la perfección, como anillo al dedo o, dicho con más propiedad, como click al timeline.

 

Odette Alonso

Ciudad de México, 3 de mayo de 2013